Perdida en un laberinto de seda,
llevo voces de perdón y anhelo.
Se alza en medio de la noche tu mirada queda,
y en la gran superficie del mar se refleja el cielo.
Me pregunto cuantas veces habré doblado la misma esquina
para encontrarme siempre con algo diferente.
¿A dónde se fue el conejo blanco de sonrisa fina?
¿A dónde se fue el conejo blanco de presencia divina?
Me pregunto qué más habrá tras la cortina que tapa la Luna...
Probablemente sea yo, escondiéndome de mí.
O tal vez sea la llave que despeja el cielo gris.
Podría ser (¿quien sabe?) la flor que pertenece a Liz.
¿O estará sola la argéntea dama?
¿Qué clase de compañía son mil estrellas sin alma?
¿Qué clase de compañía es un azul que no la ama?
Entre las cabezas hay mil hilos de tela fina,
pero la tonta humanidad a cada uno de ellos asesina.
Entre los corazones hay un sólo vacío,
¡pero que pocos logran aplastar el olvido!
El firmamento se extiende, violeta, ante nuestros ojos
y nuestras almas se unen y entrelazan.
Nuestras voces y las de las hadas,
como las de ninfas y sirenas se alzan, cantan.
Mientras a nuestro alrededor todos corren, danzan.
¡Que curioso baile!
Se gritan, se muerden, se desgarran, se atacan.
Se olvidan de todo y ensordecen.
Se olvidan del amor y enceguecen.
El cielo está llorando,
¿por qué te vas, tierna madre, y dejas todo atrás?
¿Te vas acaso, dulce hermana, en busca de la paz?
La sangre corre en los sueños del inocente,
las lágrimas se escurren por el rostro del valiente.
¿Se detendrá alguna vez la espiral de cristal?
¿Se detendrá alguna vez la agonía del mar?
¿Estaremos juntos alguna otra vez, tú y yo, buscando al conejo, cruzando a través del espejo?
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