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*..*Las imágenes que uso las he tomado de Deviantart. Muchísimas gracias a los respectivos artistas.*..*

"Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad".
~Jean Paul Sartre.

miércoles, 25 de abril de 2012

14 de diciembre



Él se marchó hace algunos días. Aún no regresa.
Me pidió que me fuera, a buscar un lugar en el que la nieve arreciara con menos fuerza. No le hice caso y ahora, que la nieve ya me cubre los talones y se amontona sobre mi gorrito de lana, sigo pensando que no tengo por qué atender a su petición.
La melodía sigue corriendo una y otra y otra vez. Es como un tintineo incesante que se ha vuelto parte de mi alma, aunque sé que proviene de un par de puertas más allá del farol bajo el que estoy de pie.
Lo más difícil de soportar son las noches, porque el eco de la melodía me persigue y se distorsiona, haciéndome ver cosas que a la luz del día no parecen existir. Además, el frío me acorrala con más ímpetu contra el farol que apenas si alumbra algunos pasos. Me aferro a él, pues es del poco calor que me entrega su luz de lo que sobrevivo.
Durante el día lo siento en todas partes y el aroma a café se despierta cada que creo adivinar su sonrisa esperando tras una esquina para sorprenderme y alzarme del suelo de hielo.
...
Sé que me ha pedido que no espere por él... Pero no voy a cumplir su petición.
Porque, aunque no sea para tomarme de la mano y acompañarme a volar, creo en su regreso.

miércoles, 18 de abril de 2012

Cuervos


Dania era casi perfecta.
Su piel era tan blanca y tan suave como las nubes que juguetean con el viento al comenzar el día.
Sus cabellos brillaban bajo la luz de la Luna con una luz cálida, propia, dorada como el trigo al sol.
Su voz había sido como el cantar de un gorrión al caer la tarde la primera vez que Daniel la había escuchado hablar.
Y su boquita, sus mejillas... Usualmente eran sonrosadas y vibrantes, aunque ahora ambas estaban pálidas, pero era de entenderse perfectamente, porque Dania estaba muerta.

Ahí, tendida sobre el frío suelo en medio de la noche, bajo la luz intermitente de un farol averiado, estaba Dania con sus ojos como de chocolate muy abiertos, pero su boca bien cerrada. Como si el grito se hubiera escapado por su mirada y no por su garganta. Sus ojitos ya no brillaban, pero aún tenían guardados los recuerdos, por lo que Daniel decidió cerrar sus párpados, para que no se le escaparan.
Ahí, bajo la lluvia tenue que comenzaba a empapar la ciudad ya tan tarde, Dania estaba muy quieta y sus heridas apenas podían adivinarse. La sangre se lavaba lentamente de su vientre abierto y una manito reposaba sobre la herida, tan blanca ella y tan roja la sangre, como si quisiera contener la vida que se le escapaba a borbotones.
Daniel tenía que admitir que incluso así se veía hermosa. Con la ropa empapada y los cabellos enmarañados, con la sangre manchando su delicada tez y con aquel moretón en la mejilla. Aún así se veía hermosa.

Se puso de rodillas junto a ella en un arrebato que no pudo contener y la levantó del suelo. Con algo de esfuerzo la alzó en sus brazos y caminó bajo la lluvia en la calle desierta.
Habían sido felices. Tan felices que no era justo que durara para siempre.
Estaba helada a pesar de que llevaba poco tiempo sin vida. La lluvia se había encargado de llevarse con ella la calidez que aún le quedaba. Agua y sangre los empapaban a ambos mientras él caminaba con ella en brazos, como si la llevara a la cama.
La sangre bajaba por sus piernas a medio cubrir por su faldita de encaje negro y Daniel adivinó lo que aún no había sido capaz de ver.
Lleno de dolor continuó caminando, con el alma contenida en los puños.

....

La noche era densa, pegajosa, como si no fuera capaz de desprenderse de los cuerpos que aún caminaban entre ella, como autómatas de diversos orígenes.
Era una noche gris, tóxica, abandonada a la inconsciencia.
Ella no debía amar esas noches, pero las amaba. Amaba todas las noches y por eso se había fundido con ella. Por supuesto, había llamado a Daniel, pero se le había adelantado descuidadamente, para encontrarlo por sorpresa.
No los vió a tiempo porque se acercaban en silencio y ella en su cabeza cantaba.
Todo giraba vertiginosamente, iba demasiado rápido, viraba y viraba a tanta velocidad que pensó que iba a morir. Y así fue.
Abrazó la muerte con alivio, casi con deseo. Su cuerpo deshecho y ultrajado yacía en el suelo, un tanto lejos del lugar en el que ahora se encontraba.
Luego vino Daniel, luego el camino. La Luna cubierta por las nubes cada vez más negras, cada vez más grandes. Daniel apretaba los dientes y ella lo observaba dubitativa y la muerte, anhelante.

La noche era tóxica, sí. Despiadada.
Y aunque hubieran sido capaces de adivinar lo que se les venía encima, jamás habrían podido defenderse porque mientras él los hería una y otra vez con sus manos desnudas, consumido por el dolor y la ira, ella los observaba sentada sobre la acera empapada y sucia, donde Daniel la había depositado con cuidado, recostada sobre una pared, como si durmiera.
Él cayó sobre ellos como una sombra y ellos no podían hacerle lo que le habían hecho a ella hacía sólo un par de horas.
Dania había sido dulce, sí, ¡cuán dulce!
Pero ahora estaba muerta y por eso cuando uno de ellos se arrastró hasta su cuerpo ahora helado, tratando de huirle a la muerte, ella hizo que sus ojos se abrieran y una sonrisa cruel se dibujara en sus labios, como regalo a aquel monstruo que le había arrebatado la vida.

viernes, 13 de abril de 2012

Tóxico



Y así descendieron y sus caballos eran de acero, las explosiones se sucedían sin descanso y no había reparo en los que se quedaban atrás, llorando, rogando por lo que alguna vez fue su hogar.
Y el mundo se volvió tóxico y se llenaron de polvo las bocas entreabiertas de los cadáveres esparcidos por el suelo cubierto de fuego y desperdicios de metal.

Así se reflejaron nuestros rostros de niños pequeños sobre los rotos espejos. Nuestras sonrisas quebradas y nuestros sueños ya muertos. ¿Habremos ido a parar al infierno?

Y continúa cayendo, la lluvia de ácido sobre las flores marchitas y el suelo ahora yerto.
Y se suceden unos a otros los años y los que algunas vez fuimos felices nos ahogamos en llanto.

¿Qué hemos hecho; oh, Luna demente, oh, sol nuclear; para quebrarnos las almas y enterrar nuestro hogar?

Tinta con vida

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