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*..*Las imágenes que uso las he tomado de Deviantart. Muchísimas gracias a los respectivos artistas.*..*

"Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad".
~Jean Paul Sartre.

lunes, 21 de febrero de 2011

Nuestra noche, nuestro cielo


La lluvia no golpea los techos esta noche y no escucho tu voz cerca de mi oído, pero la noche está tranquila y no me deja débil ni abandonada.
La ciudad está dormida pero yo no necesito irme a la cama, quiero que sean tus manos las que me lleven izada hasta el lugar en el que tú descansas.
La ciudad le teme al silencio, pero en el silencio es donde tú y yo nos escondemos.
Las risas en medio de la soledad son imprudentes y delatan a los locos e insolentes, pero entre risas nos escabullimos y fuimos a parar al único lugar en el que no nos pueden condenar.
Dentro de tus ojos y dentro de los míos no tenemos que obligarnos a emitir ningún sonido, nuestros labios son los sellos que sirven para acallar la pena y el dolor de nuestras almas que se van quedando rezagadas en el frío de la noche y van dejando en todo nuestro cuerpo marcas.

Tu piel está tan distante de la mía y a tu sonrisa cálida la borra con lentitud la lejanía.
Dime que regresarás esta noche a buscarme, que vas a escabullirte de tus sueños para invadir con tu voz los míos y que vas a encontrarme.
Te prometo que si tus labios pronuncian mi nombre me iré a buscarte en todos los sueños y en todos los desvelos.
Te prometo que si tu alma me llama, me iré sin pensarlo dos veces al pie de tu ventana y cuidaré tu sueño con ternura y aliviaré el dolor mientras espero a que me invites a pasar la noche entre tus brazos.
Y cuando lo hagas nos haremos con nuestros temores y los encenderemos, para que se deshagan en nuestra noche eterna y nos sirvan como lucero para encontrar juntos el camino a nuestro propio cielo.

sábado, 12 de febrero de 2011

Con los ojos cerrados


Con los ojos cerrados nos sumimos en el silencio,
las palabras se convierten en susurros apagados de nuestras pestañas.
El viento sopla lentamente y revuelve nuestro amor,
la calma se hace cálida mientras tus ojos toman un respiro del dolor.

Con los ojos cerrados nos quedamos muy, muy quietos,
arropada con tu abrigo siento que el mundo no está tan deshecho.
La mañana danza alegre y entre nuestros tiernos sueños,
comprendemos lentamente que no somos más que dos pequeños.

Con los ojos cerrados nos reímos del afán y sus relojes,
innecesarias son las ansias y el tic-tac en el lugar al que iremos a parar.
El ruiseñor canta mientras la tarde va cayendo,
a tu lado el mundo gira lento y si digo que te amo es sólo porque así lo siento.

Con los ojos cerrados nos besamos entre prosa y poesía,
las estrellas nos cobijan y recitan lo que nuestros corazones callan.
Nuestra madre, en el centro de la noche nos da su bendición,
tú y yo estamos ya muy lejos del dolor y su canción.

Con los ojos cerrados compartimos nuestras almas,
con los ojos cerrados abandonamos nuestras ansias.
Con los ojos cerrados nos lanzamos al vacío,
con los ojos cerrados le ganamos al olvido.

domingo, 6 de febrero de 2011

Ilusión


Este es el cuento que lancé al concurso del colegio el año anterior... Lo cierto es que me encanta aunque quedó en segundo puesto, si tienen curiosidad de leer el primero, aquí les dejo el link: http://www.facebook.com/notes/jose-daniel-angel/el-asesino/107977912613590

Espero disfruten el segundo lugar tanto como yo.

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Ilusión

El tiempo suele permanecer, para el imaginario general, encerrado entre las monótonas carreras de las manecillas del reloj y el desgajo de las páginas del calendario. Sin embargo, aunque ese sea el consenso mas aceptado, habría que decir en honor a la verdad, que no hay otro calendario que pueda hablar con franqueza del tiempo que el de los propios deseos.

Para ella hasta entonces el tiempo había discurrido entre ensoñaciones acompañadas del susurro de un arpa y una creciente sensación de soledad. Mientras esos sueños eran dueños de su aire, cada tañido era eterno y el tiempo dejaba de contar. Cuando estos cesaban sus oídos quedaban desnudos y a pesar del ruido que la envolviera, el pesado tic tac de los relojes se agolpaba en un rincón de su cabeza y le gritaba una sola palabra: soledad.

Y esa palabra había comenzado a afectarla, después de todo ella no podía contárselo a nadie ni besarlo en público. Ella no podía dejarse consentir y perderse en aquellas extrañas y hermosas conversaciones mientras alguien más estuviera presente porque él, sencillamente, no existía.

Pasó años junto a él, por supuesto, sin dejar de vivir su vida normal. Asistía a la universidad, salía con sus amigos, visitaba a sus abuelos en las afueras de la ciudad… y hasta salía, casualmente, con uno que otro chico de la facultad; pero no pasaba un solo segundo sin que ella pensara en él. No podía evitar verlo sentado en la ventana, tarareando y moviendo los dedos como si tocase una invisible arpa. No podía dejar de sentirlo sentado en el borde de su cama en la noche arropándola y velando por sus sueños.
No podía evitarlo. Ni a él, ni a su dulce voz, ni a su melancólica mirada, ni a sus tristes sonrisas, ni a sus impresionantes alas.

Por su parte él nunca parecía estar feliz, era como si cargara con una terrible condena sobre su espalda… Pero ella lo miraba y todo parecía desvanecerse. Ella lo miraba y la agonía se borraba de su sonrisa. Ella lo miraba y la calidez se extendía por su cuerpo. Ella lo miraba y él tenía fuerzas para seguir tocando el arpa, sentado en la ventana de su habitación, sonriéndole a la Luna.

Pero tantos años de soledad hicieron mella en ella. Y esa soledad fue lo que la llevó a conocer a Albert… Un chico de último año de la facultad de derecho de su universidad.
¡Oh! Albert era todo lo que aquel fantasma no podía ser.
Albert era cálido y la abrazaba con fuerza en presencia de otras personas, la llenaba de besos alegremente al saberla junto a él. La colmaba de presentes mientras otros estaban junto a ella para que supieran que ella no estaba sola.
Y ella se sentía feliz hasta que llegaba a su cuarto y se encontraba con esos ojos marrones que le devolvían su reflejo. Esos ojos marrones que parecían vitrales de catedral. Esos ojos llenos de amor y de felicidad cuando la miraban, pero que poco a poco se iban llenando más y más de tristeza…
Por supuesto ella no mantenía a Albert en secreto, y su adorado fantasma sabía que aquello iba a suceder necesariamente, y lo recibía en la resignación del silencio, sin decirle absolutamente nada. Y la seguía arropando en las noches, y seguía componiendo cosas para ella en el arpa invisible que estaba colgada sobre su mesa de noche.

Era en esos momentos en los que ella quería tirar a Albert al vacío y deshacerse en besos para aquel triste fantasma, para aquel hermoso personaje de historias lejanas y fantásticas.

Albert le propuso matrimonio al terminar la universidad.
Contraria a la reacción que se espera de alguien luego de tres años de noviazgo, ella no saltó hacia sus brazos y gritó como una loca de felicidad… Se quedó de pie bajo el farol mientras la nieve se arremolinaba a su alrededor.
Albert era un hombre bastante bien parecido, tenía una buena posición, era dulce y la quería… Ella no tenía ninguna disculpa para decirle que no.
Sin embargo ahí estaba ella, de pie como una estatua de mármol blanquísimo bajo la luz amarilla de un solitario farol en una de las calles secundarias de la ciudad. De pie y muda.
Para Albert eso fue lo más terrible, ¿qué podía hacerla dudar así, había otro acaso?
Él no pudo soportarlo y se llenó de esa furia ciega que tan bien guardada tenía, y la tomó del codo derecho para sacudirla. Ella no se esperaba algo así y perdió el equilibrio al instante. El piso estaba resbaloso, congelado por el invierno, y ella se deslizó como una hoja de papel y él pudo observarla un momento mientras se le escurría de la mano para ir a parar al piso.
Pero ella no cayó. Algo la sostuvo en mitad de su caída y la depositó con suavidad en el suelo.
Albert parecía haberse desquiciado al ver como el cuerpo de ella se movía solo, en el aire, sin apoyo alguno.
Retrocedió lentamente primero, preparado para correr.
- ¡Bruja!- Exclamó antes de darse la vuelta.
Esto sería lo último que sus anatémicos labios pronunciarían.
El fantasma la soltó de entre sus brazos y se precipitó con furia hacia Albert, que logró verlo justo antes de que sus fríos dedos se cerraran sobre su garganta y comenzaran a asfixiarlo sin piedad.
Patadas, sollozos, y luego… Silencio.
Alice estaba aterrada. Se puso de pie y con lágrimas en sus ojos se lanzó a correr calle abajo para llegar a su hogar.

Estuvo encerrada semanas enteras, sus compañeros y amigos lo comprendían “a la perfección”, su novio había sido hallado muerto. ¿Cómo no iba a sentirse así de triste?
Pero todo iba más allá de la simplicidad de una muerte.

Finalmente decidió abandonar su casa y regresó a la universidad.
Para sorpresa de todos, Alice parecía radiante.
Se reía con cualquier cosa, bromeaba, asistía a todas las clases e incluso sacaba las mejores notas de toda la facultad.
Pero al poco tiempo algunos comenzaron a notarlo. Sostenía conversaciones con alguien invisible, lo llamaba “amor”, le decía que jamás en su vida iba separarse de él y que era la mujer más feliz del mundo, que su novio anterior había sido malo con ella y no se la merecía. Y reía, reía como una histérica, como una loca.

Sus amigos y familiares terminaron por preocuparse, incluso si primero pensaron que estaba hablando con el recuerdo de Albert, aquello se les salió de las manos y Alice fue internada en una clínica psiquiátrica.
Poco después, saldría de esa clínica y la enviarían a un sanatorio con una camisa de fuerza manchada de sangre.

Su habitación en la clínica se había vuelto un caos, había sangre en las sábanas hechas jirones y la puerta de madera estaba llena de rasguños. El doctor estaba en el piso, sobre un charco de sangre espesa, la enfermera estaba amarrada con retazos de las cortinas y su rostro tenía una expresión estática de terror que había quedado fija en el momento en el que había muerto.

La encerraron en una habitación acolchada con puertas de metal, pero no lograron aplicarle ningún sedante… Las jeringas reventaban en las manos de quienes iban a inyectarla, o se clavaban en ellos mismos.
Nadie entraba a esa habitación, sólo le pasaban la comida por un pequeño agujero, pero ella no comía, se había deshecho de la camisa de fuerza y la había colgado en las rejillas de la puerta de metal.

Y Alice estaba feliz, estaba sola, podía hablar con él cuando quisiera, podía besarlo, podía jugar, podía hacerle el amor, podía reposar en sus brazos, y al final, ella sabía que podía estar con él para siempre.

Por eso un día retiró la camisa de fuerza de la puerta y dejó entrar algo de luz.
Un guardia que pasaba por ahí la observó desde fuera, atemorizado de entrar a la habitación.
Lucía terrible. Llevaba semanas sin comer más que algún mordisco de pan cuando no aguantaba el dolor, los huesos se le marcaban en la piel, su cabello, antes brillante de color cobre, estaba ahora extremadamente delgado y le llegaba hasta la cintura. Los ojos se le hundían en las cuencas por su extrema delgadez, sus mejillas se curvaban hacia el interior de su rostro y sus manos estaban arrugadas, parecían las de una anciana.
Ató la camisa de fuerza a su cuello con un nudo de ahorcado y la soltó.
Antes de poder hacer algo o ver algo más se escuchó un grito en el pasillo fuera de la celda.
El guardia se lanzó al suelo deshecho en gritos y lamentos, agarrándose el rostro con las manos, por las que se escurría sangre.
Sus ojos se hallaban en el suelo, uno observándolo a él, el otro tratando de ver dentro de la celda de la muchacha.
Los gritos de agonía se apagaron lentamente, a medida que el guardia se alejaba corriendo por los pasillos, en busca de ayuda.

Los pasos retumbaron en el hospital, y el ojo que miraba por la rendija, entre el piso y la puerta de Alice, pudo ver como la muchacha caía al suelo acolchonado de su celda y se quedaba allí, acostada, muda, sin vida, ahorcada por su camisa de fuerza… Ella podía verlo… Sólo ella. Nadie más parecía percibirlo.

sábado, 5 de febrero de 2011

Esperanza


Llevamos años sin ver el sol caer,
ni las flores muertas de nuestro amanecer.
No sé tú, pero no pienso quedarme,
no sé tú, pero yo voy a marcharme.

No sé si cuando parta
correrás y olvidarás.
Y si acaso nos odiamos,
nos amamos tanto más.

Y si estamos bajo un sol que no calienta,
entonces crearemos una noche tan perfecta
que haremos que todo al rededor despierte,
que haremos que el amor nos dure para siempre.

He aquí la tímida excepción.
Ves como la regla tiene un fallo, amor.
Se supone hemos de estar malditos,
se supone hemos de estar perdidos.
Pero de cara al sol nos reímos del dolor,
de cara al sol nos aferramos al amor.

Tinta con vida

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