Caen del cielo como aves lastimadas... Caen en picada hacia el mismísimo centro de la tierra y el alma.
Caen del cielo como piedras al lago, caen tan pesadas como almas en soledad.
Caen y lo destruyen todo con su tacto. Caen y vuelan mil pedazos de fuerza en el tiempo.
Caen y derrumban paredes, caen y derrumban casas, caen y destruyen almas.
Y no cesan, no cesan de caer porque el que vuela en las alturas no ha tenido suficiente destrucción... Caen y no cesan porque el que escucha no ha tenido suficientes gritos, el que ve no ha tenido suficientes lágrimas, el que siente no ha tocado suficientes cadáveres, el que huele no ha percibido suficiente miedo y el que degusta no ha probado suficiente sangre.
Siguen descendiendo sobre un mundo yerto porque la virtud es ser feliz y los pájaros de la muerte son felices sólo cuando reemplazan con su fuego de destrucción las llamas de esperanza y vida.
Descienden hoy llenas de negro y polvoriento combustible, descienden hoy sobre nosotros sin que podamos siquiera levantar una defensa.
Descienden hoy como nunca lo han hecho antes pero como lo han hecho siempre.
Era tras era, arma tras arma, cabeza tras cabeza, lágrima tras lágrima y lágrimas y lágrimas y lágrimas... Y vacío.
Era tras era hay una nueva manera.
Era tras era se gana más destreza y era tras era la vida huele muerte.
Y no se detienen hoy, ni se detendrán mañana.
Los becerros de las armas en el trono desean más y cada vez tienen menos.
Los occisos atiborran los anaqueles de las memorias y las bodegas de lo que vendrá.
Y ellas siguen descendiendo sobre nosotros.
Son sólo un par de plumas de las reales aves de la muerte que llevan estrellas negras en sus costados.
Ellas descienden y destruyen. Para eso sirven, para eso nacieron, por eso mueren.
Ellas continúan llegando y nosotros oramos...
Oramos para que nos lleven de una vez con ellas y dejemos de existir en este infierno de aves de metal, plumas explosivas y lágrimas corrosivas.