Se desliza lentamente en el silencio, en la oscuridad, en el augurio del inminente final.
El temor se apropia de todos sus sentidos al escuchar aproximarse su verdugo, tan poco imparcial, tan llevado por el cegador amor, tan demente como el que se sabe con el control.
La risa que tantas veces había soltado en la protectora duda, en la fuerte inexistencia, se ahogó en el momento exacto en el que aquel mensajero de la consoladora muerte posó los ojos en su culpable y suplicante expresión.
Algo cambió en el olor de su encierro, era esa escencia repulsiva, que le causaba aversión, odio, envidia; esa escencia por la cual estaba allí, temiendo más al papel que al filo de las tijeras. Sí, era culpa de esa escencia ¿O era su propia culpa? ¡No! Su cabeza se estaba nublando por el sufrimiento padecido. No podía dudar sólo porque la blancura de aquel perfume alumbrara la estancia.
Como un animal se retorció en sus ataduras, chillaba, babeaba, quería alimentarse de la tierna carne que tanto había mancillado ya con su pluma.
-No ha cambiado -. La voz firme de su verdugo.
-No...
Se lanzó sobre la voz que a pesar de todo, expresaba compasión. Sus cadenas le detuvieron.
Se han ido nuevamente, la voz de la detestable figura aún retumba en las paredes de su celda... Se han ido y aún no han tenido la piedad para asesinarle.
El temor se apropia de todos sus sentidos al escuchar aproximarse su verdugo, tan poco imparcial, tan llevado por el cegador amor, tan demente como el que se sabe con el control.
La risa que tantas veces había soltado en la protectora duda, en la fuerte inexistencia, se ahogó en el momento exacto en el que aquel mensajero de la consoladora muerte posó los ojos en su culpable y suplicante expresión.
Algo cambió en el olor de su encierro, era esa escencia repulsiva, que le causaba aversión, odio, envidia; esa escencia por la cual estaba allí, temiendo más al papel que al filo de las tijeras. Sí, era culpa de esa escencia ¿O era su propia culpa? ¡No! Su cabeza se estaba nublando por el sufrimiento padecido. No podía dudar sólo porque la blancura de aquel perfume alumbrara la estancia.
Como un animal se retorció en sus ataduras, chillaba, babeaba, quería alimentarse de la tierna carne que tanto había mancillado ya con su pluma.
-No ha cambiado -. La voz firme de su verdugo.
-No...
Se lanzó sobre la voz que a pesar de todo, expresaba compasión. Sus cadenas le detuvieron.
Se han ido nuevamente, la voz de la detestable figura aún retumba en las paredes de su celda... Se han ido y aún no han tenido la piedad para asesinarle.
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