Escuché al niño llorar cuando dejó el vientre de su madre,
escuché su corazón latir con la primera caricia del padre.
Vi como la luz en sus ojos se hacía brillante,
vi como, sorprendido ante el mundo, estremecía su cuerpo palpitante.
Nació de milagro,
pero no fue ningún santo.
Fue un niño normal,
un niño casual,
un niño sonriente,
aunque un poco demente.
Lo vi recorrer la vida,
lo vi caer en cada esquina,
lo vi levantarse de nuevo,
y enfrentar su cara al viento.
Lo sostuve en mis brazos,
lo acuné con mi canto,
le otorgué mis cuidados,
y velé por sus pasos.
(...)
Lo cierto es que jamás dejó la calidez de su hogar,
jamás dejó escapar una risa o aprendió a cantar.
Jamás vi como recorría la vida,
jamás vi deslizarse una lágrima por su mejilla.
Escuché su corazón latir en mi mente,
retumbó en mi alma su tierna canción.
Pero la muerte no fue para nada paciente,
logrando hacer de su vida ilusión.
(...)
El perfecto sueño de amar...
El perfecto sueño de esperar...
El perfecto sueño es soñar.