Dejo atrás el páramo de recuerdos inquietos, bajo el sol de media noche que no calienta los huesos. Poco a poco, las pecas perdidas regresan a casa, atraídas por la sal que se seca sobre mis mejillas. La mañana es aún impalpable, pero las aves con certeza la saben.
Tabaco y alcohol, tierra nueva bajo mis pies cansados y risas de niños que arrancan de su ceguera a la inocencia extraviada. Tango marchito y caminos gastados, deseos fugaces buscándose a tientas en la algarabía de una noche soñada.
Y yo, con el alma derramada en la boca, me extiendo sobre las palabras mientras tu voz se mece entre los ecos de las alondrinas, extintas al alba.