La calma es tan precaria.
Volver a llorar y no tener la energía
para plasmar en el papel algo
más
que palabras secas e inertes,
ecos de un tiempo en el que se me permitía sentir
sin dejar de albergar los resquicios
para sueños
donde se recoge el arte.
Dolor y sacrificio,
penitencia para un alma incapaz
de huir de las pasiones, pero insuficiente
para soportarlas,
sacudidas violentas
e inmisericordes.
Infortunio en las pupilas
que soñaron ver el mundo cuando nos tomábamos las manos,
porque ahora nos tomamos
los años perdidos
los años perdidos
y el tiempo,
que va cada vez más rápido.
Y yo espero,
todas las noche junto a la ventana,
a que quizá recuerdes
que es por tu fantasma
que no puedo cerrarla.